lunes, 7 de marzo de 2016

ESE TEATRO QUE NOS CAMBIA

El teatro propone el cambio.

El espectáculo es una propuesta de cambio respecto a la rutina de la vida cotidiana, la representación ofrece divertirnos o distraernos de nuestras costumbres en el silencio de desviar, alejar, separar y nos propone que observemos la vida en escena, imágenes de nosotros mismos que no conocíamos, una buena representación nos asombra por su originalidad, su novedad, nos maravilla o nos seduce, nos desconcierta o nos encanta.

Una mala representación nos sorprende por su insignificancia, su falsedad, su banalidad, puede provocar la cólera o la indignación.

En pocas palabras por las emociones que ponen en marcha, los dos tipos de obras producen dentro de nosotros un cambio, una diversión, en comparación con lo real.

Todos los actores os lo dirán, lo peor para un espectáculo es no suscitar más que indiferencia, ver a los espectadores salir indemnes, intactos. Pues indemne en teatro significa estafado, engañado. No vamos al teatro para seguir siendo totalmente nosotros mismos, sino para ser nutridos, verdaderamente alimentados por las emociones expresadas por los actores por las imágenes, por la poesía de un texto, o de un rayo de luz. O para revelarnos y reaccionar.

El teatro es, pues, un cambio activo. Podríamos decir a la mayoría silenciosa, aquella que constituye el lote de los indecisos ante la urna electoral y que finalmente decide siempre el destino de las elecciones, ¿Dejad de ir a votar, ir mas bien al teatro! El teatro aparece en efecto el lugar donde se producen cambios sin consecuencia, al menos para la sociedad.

DOSIFICAR EL CAMBIO.

El espectador espera ser entretenido o conmovido, pero también desea saber de antemano en qué medida el espectáculo va a modificar sus pequeñas costumbres de espectador.

La perspectiva de un cambio demasiado grande le desconcierta o le hace huir. El arte del teatro consiste pues en adelantarse ligeramente a las expectativas del público, eso es todo. En función del contexto de la representación y del público convocado para la ocasión, el espectáculo resultará vencedor si propone un cambio relativo de las costumbres.

Todo radica en la dosificación, o en lo que se denomina en francés “las pequeñas frases”. A menudo ocurre que salimos turbados, marcados o encantados por un espectáculo, del que olvidamos rápidamente los detalles, a veces, no obstante, quedamos obsesionados por una obra. Soñamos con ella, la revivimos al día siguiente, y los demás días, sentimos una imperiosa necesidad de volver a hablar de ella a la tierra entera, nos sentimos transportados, estimulados.

EL MISTERIO

El cambio está compuesto de misterio, desde un plano personal, no decidimos cambiar, salvo que sigamos un programa terapéutico que es un trabajo largo y doloroso, y el éxito no siempre es automático pero en nuestro camino tienen lugar acontecimientos que nos trasforman

- encuentros determinantes

- viajes

- accidentes

- casualidades

- pérdidas

el teatro parece querer organizar tales acontecimientos, pero lo sabemos, las buenas intenciones no son suficientes. Deben añadirse ingredientes misteriosos, imprevistos u olvidados, que son a menudo de una claridad evidente, de una simplicidad fulminante y que se impondrán como necesarios, entonces el espectáculo actúa sobre el público, por mas que éste se resista, el hechizo se produce.

El teatro despierta al dormido, calma al agitado, controla la respiración de toda una sala, el tiempo deja de existir, el espació entre los espectadores parece concentrarse el ogro es conquistado, poco importa la duración de la obras. Parecerá demasiado corta.

(Michel Vaïs)

  

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